9.7.13

Visita Oportuna



El reloj marcó las 7 y, con ello, el fin de una jornada laboral más. Anton recogió sus cosas, las metió en su bolso y se abrigó para salir. Mientras se acomodaba el abrigo, sintió un dolor en el estómago asociado a una particular preocupación: la persona que, según él, lo estaba siguiendo desde hacía 2 semanas.

Al principio pensó que se trataba de una coincidencia. La primera vez que recordó haberla visto, fue en el parque mientras descansaba a la sombra de un árbol. Qué ropa tan peculiar, y además blanca. Es raro que en pleno frío de invierno la gente se vista con algo diferente al gris oscuro o el negro, sin embargo no le prestó mayor atención. Días después le vio comiendo en el restaurante contiguo. Luego en la fila del cine, y después nuevamente en el parque. En una ciudad tan grande, en la que es difícil coincidir con algún conocido, no es fruto de la casualidad encontrarse a alguien tantas veces.

Y los encuentros no eran todo, vestía siempre un largo abrigo, unas atípicas zapatillas deportivas, sombrero y gafas de sol, todo en color blanco marfil. Su silueta no dejaba saber si el individuo se trataba de un hombre o de una mujer. El individuo medía más de 1.80, por lo que Anton dedujo que se trataba de un hombre.

Como todos los días, Anton tomó el subterráneo que lo acercaba a casa. Miró bien en busca del extraño sujeto. No había dado parte a la policía pues hasta el momento no se había hecho presente cerca de su casa. El tren tardó menos que de costumbre. Anton regresó al exterior y ya estaba oscuro.

Alerta, caminó hacia su casa. Sólo tres cuadras lo separaban de su destino. Encendió un cigarro. Después de una profunda bocanada de humo, enfocó nuevamente la acera y vio una silueta blanca parada frente a su casa. Se detuvo tan repentinamente que casi tropezó. Su mano dejó caer el tabaco y su corazón se estremeció. Sintió y escuchó cada uno de sus latidos, intentó pasar saliva pero sentía el corazón atorado en la garganta. Ráfagas de calor y frío intermitentes descompusieron su cuerpo. Aunque visible por el alumbrado público, la calle parecía un negro túnel con un siniestro final de blanca y sólida luz.

Como insectos que chocan contra una lámpara, se agolparon varios escenarios en la mente de Anton: <Si el tipo porta un arma, lo mejor será correr hasta encontrar ayuda. El tipo está solo, si nos enfrentamos cuerpo a cuerpo puede que logre vencerlo, tenemos una complexión muy parecida. Pero podría tener un arma. Tomar el celular y pedir ayuda es muy lento, además podría alarmar al tipo> Su mente tomó una decisión final, apelando a lo más visceral: Enfrentar al hombre sin importar las consecuencias, jugarse el todo por el todo.

Respiró profundamente y sintió un baño de adrenalina que electrizó toda su piel y sus entrañas. Corrió hacia el acosador tan decididamente que provocó el miedo de aquel hombre, éste corrió tan rápido como le fue posible.

–!Nooooo! – gritó Anton tratando de alcanzar a aquel hombre – ¿!Qué quieres!?

El hombre corrió y dobló en una esquina sin dejar rastro.

Cuando Anton regresó a casa, sacudió su ropa frenéticamente pues creyó que la carrera le había hecho perder las llaves. No puede ser. Se tocó nuevamente y ahí estaban, en el mismo lugar de siempre. Malditos nervios. Tomó un respiro hondo y entró a casa. Tenía la boca seca y los sentidos alterados. Necesito fumar. Prendió un cerillo, pero la flama nunca llegó al cigarro. Al menos no la misma flama del cerillo.

El vecindario se estremeció por un estruendo. Los curiosos que se asomaron por la ventana pudieron ver una estela de espeso humo y un penetrante olor a papel quemado.


En un lugar cercano a los hechos, pero con una decoración extraña y tecnología aún no conocida, un hombre escribe en una especie de bitácora:

[ Viaje 16: Nuevamente fallé al evitar el incendio. Me quedan pocas oportunidades. Viajar 20 años hacia atrás es muy fatigoso, pero mi presente depende de ello. Si tan solo pudiera advertirme a mi mismo sin causar un vórtice en el tiempo… ]

Nino Arani










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