18.6.13

Te gustan las estrellas?



Anton llegó cansado de su viaje. Un vuelo de 10 horas acaba con el ánimo de cualquiera. Tras recoger sus maletas, no dejaba de pensar en llegar a casa y descansar de verdad. No sabía si era él o sus almohadas quien lo extrañaban más. Salió del aeropuerto, sorprendido por lo desierto de la calle. Llovía levemente, por lo que era preciso tomar un taxi. El sitio estaba vacío. Si pudiera simplemente teletransportarme a casa. Una luz difuminada anunció un coche que se aproximaba. Qué sea un taxi, por favor! Un auto negro se estacionó frente a él. El vidrio del copiloto bajó y se escuchó un simple –¿Taxi?


Sin dudar, Anton abordó el vehículo para resguardarse de la lluvia y llegar tan pronto como fuera posible a su hogar.

–Tome la avenida en esa dirección– una simple instrucción que lo llevará a casa.

El asiento era cómodo, las gotas de lluvia que golpeaban el auto crearon un suave arrullo y el aire acondicionó un cálido ambiente. 

Pasados unos minutos, Anton soltó su cuerpo. Sus párpados pesaban, cada pestañeo duraba más de lo normal. Su vista se dirigió hacia el camino, pero pronto se oscureció por completo, víctima del mayor de los cansancios. 

–Casi llegamos Anton– 

El pasajero despertó desconcertado. ¿Por qué sabe mi nombre? ¿Soñé que me hablaba? Aturdido, sólo atinó a decir:

–Perdón?
–Ya casi llegamos.
–Bien. A tres kilómetros mas o menos está una gasolinera, al llegar ahí me avisa
–PERFECTO. Todavía tenemos tiempo
–Tiempo de qué?

El conductor calló un momento, frenó ligeramente y sin voltear preguntó:

–Le gustan las estrellas?– Demonios!, pensó Anton. Es un taxista de los que platican
–Si– Respondió quedo y cortante
–PERFECTO
–Perfecto QUÉ?!– Contestó molesto y alzando un poco la voz.

El taxista volteó apenas lo suficiente para que Anton viera una sonrisa dibujándose en su rostro. Acto seguido, el taxista hizo una extraña maniobra en la palanca de velocidades. Anton abrió bien los ojos y, antes de que pudiera decir algo, lo estremeció un fuerte ruido en el exterior del auto, pero que provenía del mismo. Era el sonido de metales crujiendo, como el de una gran máquina a mitad de su operación. El vehículo tuvo una aceleración desmesurada que rezagó a Anton al fondo de su asiento. No podía creer lo que estaba pasando. La velocidad aumentaba más y más hasta que el automóvil dió un salto y empezó a surcar el aire. Anton abrió los ojos tanto como pudo, y si no hubiera estado mudo de terror habría gritado ¿Qué pasa!?

El auto empezó a elevarse por el cielo. Anton, paralizado por el miedo, no tuvo cabeza para apreciar un bello cielo estrellado, visible una vez que pasaron la capa de nubes que empapaba la ciudad. Las estrellas se veían cada vez más cerca y, justo cuando el asustado pasajero empezaba a asimilar la situación, el conductor se dirigió a él con un tono que, si acaso fuera posible, le erizó aún más la piel:

–Anton, se acabó la gasolina.

Apenas terminó la frase, el auto se detuvo en el aire por una fracción de segundo en la que pareció levitar. Después pasó lo inevitable. Los pasajeros junto con el auto comenzaron una caída que aceleraba casi en la misma proporción que su despegue. El conductor permanecía tranquilo, mientras Anton se aferraba inutilmente con pies y manos del asiento del coche. Sintió cómo su cuerpo se sacudía, víctima de una fuerza con origen desconocido. Es el fin, pensó. Cerró los ojos tan fuerte como pudo. Al sentir que su cuerpo se tambaleaba con más fuerza, un instinto primario le hizo abrir los ojos, cuando lo hizo vió que era la mano del taxista en su hombro lo que lo hacía sacudirse.

–Joven, ya casi llegamos, no quería despertarlo pero no nos vayamos a pasar–

Con el corazón desbocado, Anton miró a su alrededor y encontró la carretera un poco más humeda que la última vez que la vio, pero perfectamente sólida y su lugar. Miró el camino y vio lo cercana que estaba la gasolinera.

–Casi llegamos– dijo con la voz entrecortada
–Perfecto joven. Oiga, y a usted le gustan...
–No!, y bajo en la siguiente esquina.










Te preguntarás que de qué es ésta receta? La respuesta es sencilla: es una receta para convertir lo cotidiano en extraordinario. Es la misión del blog y hay tantas posibilidades para hacerlo que no me podía limitar unicamente a recetas de cocina. Me encantan, que no te quepa duda, pero también me gusta imaginar, crear e improvisar.

La imagenes salieron casi automáticamente cuando probaba una lámpara que utilizo para las fotografías del blog. Así sin esperarlo una coladera de metal y una lámpara sencilla de escritorio me llevaron por este pequeño viaje de estrellas.

Las imagenes fueron primero, improvisadas y automáticas. El texto en cambio si fue pensado. Actualmente tomo un curso de creación literaria con Juan Pablo, un querido amigo que me ha ayudado a dar un poco más de forma en los relatos.

Hacer una receta es contar una historia, y cada vez que se cocina esa historia se hace más grande y más consistente. Así esta historia. Cada vez que se lea y se cuente tendrá el sabor que le de el narrador y el escucha.

...y a ti, a qué te saben las estrellas?



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